La carne es un alimento esencial en nuestra alimentación desde hace siglos, aportándonos la energía necesaria para nuestro desarrollo, siendo fuente de proteínas y vitaminas. Tanto es así, que comenzar a consumirla fue un punto fundamental en nuestro proceso evolutivo, ayudándonos a llegar a ser lo que hoy somos: homo sapiens, seres desarrollados intelectualmente.
Eninentes antropólogos como Juan L. Arsuaga, William R. Leonard, Leslie C. Ajello o Peter Wheeler, entre otros, defienden que fue el aumento del consumo de carne en relación con el consumo vegetal en la dieta lo que contribuyó a modificar el aparato digestivo, acortando el intestino y pudiendo de esta forma destinar más energía a nuestro cerebro, que aumentó, permitiendo con ello un mayor desarrollo de la inteligencia.
¿Cómo se produjo este cambio? Hay que tener en cuenta que nuestro cerebro requiere importantes cantidades de energía para funcionar, pero, en los primeros momentos de la evolución, conseguir calorías (es decir, energía) no era tan sencillo como ahora. Por este motivo, resultaba difícil aumentar la ingesta, haciendo que el desarrollo del cerebro se situara en un segundo plano frente a otras necesidades energéticas a cubrir. De esta forma, al introducir la carne en la dieta, el aporte energético se incrementó considerablemente, además de mejorar la digestibilidad, lo que permitió un mayor desarrollo del cerebro, aportándole las calorías que demandaba. En ese punto, tuvimos que elegir entre un alimento poco calórico y de difícil metabolización, por otro más energético y fácilmente digerible.
Los animales herbívoros disponen de un aparato digestivo especialmente diseñado para metabolizar las hierbas y vegetales de los que se alimentan. Este se caracteriza por tener un tubo digestivo más largo, lo que les permite digerir de forma más eficiente todas las celulosas y fibras que aportan estos vegetales, y que requieren de una digestión más larga para poderlos transformar en energía. Las proteínas de origen animal, por el contrario, se metabolizan de forma más eficiente y rápida, por lo que al introducirlas en la dieta ya no era necesario disponer de un tubo digestivo que facilitase las largas digestiones, lo que permitió que se fuera acortando favoreciendo así la transformación tanto física como intelectual en la fisionomía humana.
No obstante, afortunadamente seguimos conservando la capacidad de digerir fibras vegetales tanto solubles como insolubles, lo que contribuye en el marco de una dieta saludable a mantener una buena salud digestiva.